REPERTORIO


El vals del emperador
de Johann Strauss

EL AUTOR

Johann Strauss

(Viena, 1825-1899)

Compositor, violinista y director de orquesta austriaco. Conocido como «el rey del vals», Johann Strauss segundo (así llamado para diferenciarlo de su padre, el también compositor Johann Strauss) formó parte de la dinastía de músicos que convirtió esta modalidad de baile en un símbolo de Viena. Niño prodigio, compuso su primer vals cuando sólo contaba seis años. No obstante, su dedicación a la música encontró la firme oposición de su progenitor, por lo que hubo de tomar lecciones de violín y composición en secreto. A los diecinueve años fundó su propia orquesta, que compitió en éxito con la de su padre. A la muerte de éste en 1849, ambas orquestas se unieron en una sola bajo la dirección del joven Strauss. Aclamado en todo el mundo, en 1863 fue nombrado director de la música de baile de la corte de Viena. Ese mismo año, se consagró a la composición de operetas, con títulos como El murciélago (1874) y El barón gitano (1885). El bello Danubio azul (1867), Rosas del sur (1880), El vals del emperador (1889) y Voces de primavera (1883) son algunos de sus valses más populares.
 
Una de las primeras incursiones de la Orquesta en la música clásica. El Vals del emperador (Kaiserwalzer) es una obra clave de Johann Strauss (hijo), una pieza de plenitud creativa tanto por el planteamiento melódico como por la riqueza de su orquestación, presentándose como una suerte de apoteosis del género. Los movimientos del vals, de largo aliento, muy definidos y encuadrados por una introducción y una coda claramente desarrollados, parecen derivar los unos de los otros.

Ganan intensidad poco a poco para desembocar en una especie de plenitud de éxtasis. Este vals suntuoso y muy popular fue creado el 21 de octubre de 1889 en Berlin con ocasión de la visita que el Emperador Francisco José rindió al monarca alemán Guillermo II.


El editor Simrock, estratega a la postre, sugirió el título de “El vals del Emperador”, permitiendo, pensó, satisfacer la vanidad de cada uno de los soberanos sin que ninguno de ellos se sintiera desfavorecido en relación al otro. Johan Strauss, sin embargo, había propuesto previamente “La mano en la mano”.

El destino (afortunadamente) decidió en otro sentido. Ciertamente, el título actual es más acorde con la nobleza del tono de la obra.




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