DETRÁS DEL ATRIL
 


Elsa, Alicia, Natalia y Nohelia desayunan en la estación de servicio de Gildo Supermercado, en Fuentes de Oñoro.


Luismi y Abel, en la Pousada de Juventude, con la escoba para limpiar la piscina.


Elsa, Víctor, Alicia y Elena, en una de las habitaciones de la Pousada.


Todos los componentes de la Orquesta,c on algunos compañeros portugueses (Eurico, Jose Luis), a la salida del museo de Ovar.


Jesús afina los instrumentos, antes de salir a ensayar al escenario.


Ensayo general.


Luz, Elena, Elsa, Nohelia, Natalia, Gracia, Esther, Lydia y Alicia, en las escaleras del centro cultural de Ovar, esperando turno para ir a tocar.


¡Lluvia! Pablo, David, Gracia, Luismi, Abel, Luz y Andrés, bajo un paraguas.


Toda la orquesta sigue las explicaciones de Álvaro, el guía de la Casa de Musica de Porto.


La Orquesta, en la sala de los niños de la Casa da Música de Porto.



MÁS FOTOGRAFÍAS DEL VIAJE
MÁS FOTOGRAFÍAS DE OVAR Y OPORTO




ENLACES

Más sobre Ovar


Sobre el Museo de Ovar

Más sobre el pueblo

Más sobre el museo

Más sobre el museo

Página web de la posada

Página web de las bodegas

Web oficial de la Casa da Musica

La Casa da Musica en Wikipedia

El restaurnte de las francesinhas


EL VÍDEO

Viaje a Ovar-Porto
31 de octubre- 1 de noviembre del 2009

¡De nuevo en Portugal! La Orquesta de Pulso y Púa de Tudela de Duero ha viajado de nuevo hasta tierras portuguesas (cuarto viaje, seis conciertos en poquitos años) para participar esta vez en Comcordas, el festival de plectro organizado por la Orquestra de Bandolims de Esmoriz. Nuestro viaje comenzó el sábado por la mañana, muy prontito, a las 6.40 horas ya estaba el autobús en la Cruz Roja de Portillo para coger a los primeros componentes de la Orquesta. La siguiente parada tuvo lugar en Tudela, sobre las siete y hubo una nueva recogida de miembros en Valladolid, en la glorieta de la Junta, donde subieron los miembros de Valladolid (Villanubla). Como es habitual en los últimos viajes largos, lo hicimos en un autobús de la empresa Gran Doure, en este caso un poco más cómodo que otras veces. Además, no tenía la puerta de atrás, con lo que tenía dos plazas más de asientos. La verdad es que no nos vino nada mal, porque aunque faltaron algunos compañeros (Álvaro, Gastón, Esthér-laúd y Yanira) se estrenaron tres viajeros más, nuevos miembros de la Orquesta para los que éste a Portugal fue su primer viaje, con la espada de las novatadas colgando encima de ellos. Fueron Lydia, David y Mario (que estuvo acompañado por su madre) y que al final, qué suerte, se libraron de las novatadas. De todos modos, los veteranos se están relajando mucho en esto de pensar bromas.

La primera parada fue en Fuentes de Oñoro, a tan sólo unos metros del bar donde nos detuvimos en nuestro anterior viaje a Portugal (Aveiro) y donde Luismi vio el gran autobús amarillo de la Cámara Municipal de Vagos. En fin, en esta ocasión no vimos el bus... y casi casi tampoco vimos mucho que desayunar, porque la verdad es que la oferta que había en el bar apenas pasaba de la tortilla de patata y unos croisanes que tenían pinta de un poco duros. Tanto tanto, que algunos componentes no dudaron en ir hasta el supermercado Gildo que había justo al lado para comprar unas cañas de chocolate (como hicieron Luismi y Víctor, por ejemplo). En el camino hasta el supermercado, apenas unos metros, se cruzaron con un coche que tenía estampado en el frontal un pájaro muerto, partido por la mitad. Joder qué asco. Siguió el viaje y, a tan sólo unos metros, ya entramos en Portugal. ¡A cambiar los relojes! Una hora menos.

Nuestra llegada a Ovar tuvo lugar sobre las 13.50 horas (hora española). Y la verdad es que nos costó un poquito encontrar el lugar en el que habíamos quedado con Eurico, el compañero de la orquesta de Esmoriz. Miguel Ángel tuvo que bajarse en un par de gasolineras para preguntar a los lugareños, aunque muy pocos de ellos sabían de verdad el lugar que estábamos buscando. Después de tres intentonas, por fin, nos encontramos con Eurico, que nos acompañó hasta el centro de arte de Ovar, un edificio impresionante, con auditorio, bar, sala de exposiciones... y delante otro inmueble que tenía pinta de after hour derruido, jeje. En la plaza de nuestra señora de Graça.

El caso es que nos acompañaron hasta la sala donde dejamos los instrumentos, visitamos el escenario en el que tocaríamos esa noche y antes de salir del centro descubrimos que en la mayor parte de los sitios públicos de Portugal había un expendedor de líquido alcohol para lavarse las manos y evitar lo de la gripe A. En Portugal el miedo a la gripe debe ser tremendo, porque hay maquinitas de estas de alcohol por todas partes.

En el albergue no. Después de dejar los instrumentos en el lugar donde tocaríamos por la noche, nos fuimos hasta la Pousada de la Juventude para dejar las maletas y repartir las habitaciones, de dos y cuatro plazas. Ya nos conocemos los albergues de Portugal, porque estuvimos en uno parecido en nuestro viaje a Aveiro. Como la cosa no nos cogía ya por sorpresa, la mayor parte habíamos metido una toalla en la maleta, por lo que no nos pasó lo del a otra vez, que tuvimos que compartir toalla y todo para poder ducharnos. Esta vez no, íbamos más o menos sobre aviso y mejor equipados. Y comenzó el reparto de habitaciones. Jesús el director y el conductor, solos en una habitación. Las dobles fueron para Mario y su madre y para Luismi y Gracia y el resto tuvimos que repartinos en habitaciones de cuatro. ¿El problema? Que no nos salían las cuentas, porque o éramos muchos chicos y pocas chicas o al revés. Al final, tuvimos que hacer una habitación mixta con Pablo y David, Esther y Nohelia. En otra habitación estuvieron el resto de chicos (Víctor, Miguel Ángel, Abel y Andrés) y las chicas se repartieron en dos cuartos (Cristina, Lydia, Luz y Natalia por un lado) y por otro, Elena, Elsa y Alicia, en una habitación con cuatro camas y donde sobraba una. Fue el momento que muchoas aprovecharon para darse una ducha (baños comunes) e incluso para hacerse una foto subidos en las camas (Elsa, Vïctor, Alicia y Elena) similar a la que hace unos años se hicieron en el albergue de Sada. Mientras unos se hacían con sus cuartos, otros, como Luismi, Abel o Víctor se entretenían dando una vuelta por los alrededores de la Pousada, en medio de un pinar y con piscina (medio llena en esta época del año), pista de tenis y de voley. Había un cuarto con futbolín y billar, y con otros juegos infantiles preparados porque ese mismo día iban unos cuantos niños a celebrar un cumpleaños.

Y una vez con los instrumentos descansando y las maletas en las habitaciones, fuimos hasta el restaurante para comer. Pasamos por un puentecillo por donde pasaba un río sin apenas agua (y lleno de patos gigantes) y por una oficina del Banco Espíritu Santo con fotos de Cristiano Ronaldo (algunas chicas aprovecharon para hacerse foto) llegamos al restaurante para comer un poco. Habiá para elegir carne o pescado. Ganó la carne. De primero, algunos comieron sopa y de segundo... el que pidió pescado (Luisimi, Andrés, Jesús...) salió al go mejor parado. La carne era arroz con alubias y trozos de tripas, morcilla y oreja. Una comida un poco fuerte para alguno después de tantas horas de viaje. En la comida nos acompañaron algunos miembros de la Orquesta de Emoriz, como Eurico y José Luis, que nos acompañaron en todo momento de nuestro viaje.

Después de comer, nos tenían preparada una visita al Museo de Ovar, donde pudimos ver desde una exposición de muñecas del mundo hasta una sala llena de azulejos y mosaicos hechos de azulejos. No en vano, Ovar es conocida en Portugal como la ciudad del azulejo. El museo tenía además recreaciones de cuartos antiguos, vestidos de boda del siglo pasado y una sala dedicada a las abejas, donde estaba el libro de visitas en el que firmamos todos los componentes de la orquesta.

A la salida del museo (y después de las perceptivas fotos de confraternización), nos acompañaron de nuevo hasta el auditorio, para que pudiéramos ensayar. Durante el camino, tuvimos un poco de guasa con el pelo de Pablo, excesivamente largo para algunos, y le invitamos a meterse en una peluquería local para que se lo cortara. Como no quiso, no tuvimos más que cantarle la canción de los pelochos del 11888, el anuncio de la tele con muñecos a lo afro. En fin, que la melodía nos acompañó durante el resto de la tarde y no dudamos incluso en tocársela con los instrumentos una vez que ya los tuvimos todos afinados. Sobre el escenario ensayamos el Concerto Grosso, la jota de la Dolores y Tambourin, y una vez probado el sonido, volvimos al cuarto a dejar los instrumentos. En la sala contiguo estaban ensayando los compañeros de Esmoriz. Nosotros, mientras, salimos a tomar un poco el aire mientras tomábamos un café y coca cola del bar del centro cultural. La temperatura era muy buena, aunque todo hacía presagiar lluvia.

A las siete volvimos al restaurante para cenar, en esta ocasión acompañados por toods los grupos que formarían parte del festival. Pan con mantequilla, empanadas, croquetas para picar y de segundo, carne con patatas y tarta de postre, todo ello, servido por unos camareros entre los que se encontraba André, un tipo al que algunas compañeras de la Orquesta (Luz, bien Luz) no quitaban la vista de encima, jeje. De fondo, el fútbol (algunos como Mario no quitaban ojo del Barça-Osasuna) y con alguna ráfaga de aplausos en honor a los novatos de la orquesta. Cuando los compañeros de Ovar se enteraron de que, por ejemplo, Lydia, era una de las que se estrenaban en los viajes, no dudaron en hacerle un ritual de iniciación obligándole a beberse de un trago un vaso de vino... que lógicamente no se bebió. Se mojó los labios y punto. El incitador de la broma a Lydia, fue José Luis (uyuyuy) quien estaba sentado justo detrás de Luismi y se llevó en la espalda un pequeño trozo de tarta que salió a propulsión de la boca de cierto componente de la orquesta después de que Abel contara un chiste de camareros. Además, en la cena Abel, Luismi y Víctor pudieron disfrutar de todo un concierto de fados a cargo de uno de los músicos portugueses, componente de cuatro grupos distintos, y que nos enseñó la diferencia entre el fado de Coimbra y el de Lisboa cantando varios fragmentos incluso.

Después de cenar, volvimos al auditorio y allí ya tuvimos que esperar a que comenzara el concierto, programado para las 21.30 horas. Esto de cenar antes del concierto es nuevo para nosotros, por lo que la espera se nos hizo un poco larga. Sobre todo porque el concierto comenzó con algo de retraso, puesto que no dejaba de llegar gente y más gente para ver el espectáculo. Llegó tanta que nos quedamos sin sitio. En principio, la orquestas invitadas íbamos a tener las dos últimas filas reservadas para que pudiéramos seguir la actuación de los otros grupos, pero al final, ante la afluencia de público, tuvimos que dejar nuestros asientos, por lo que nos tocó esperar en el pasillo a que llegara nuestro turno. Para hacer un poco de tiempo, estuvimos visitando la exposición que estaba montada en ese momento (fotografías y esculturas de percheros, botas, cazos) o bien viendo las cámaras de seguridad que había por todo el edificio.

Nuestro turno llegó sobre las doce de la noche (hora española, las once en Portugal), con lo que el de Ovar se convierte en el concierto más tardió que la Orquesta ha dado a lo largo de su historia. Mientras nos preparábamos detrás del escenario, un guitarrista tocaba varias piezas y entre bastidores, bailaban y bromeaban animadamente con los compañeros de Esmoriz. Después del concierto y de que los González rompieran tres cuerdas (una David y dos terceras Pablo), recogimos nuestros bártulos y volvimos al cuarto de afinar, donde estuvimos esperando a que terminara el último grupo del concierto. El festival terminó a la una menos diez (hora portuguesa), las dos menos diez española. Y ya con todo recogido salimos a la calle. Teníamos un problema. Y es que el autobús tenía que estar parado desde las siete de la tarde (por eso del tacógrafo) por lo que no teníamos a nadie que nos llevara los instrumentos hasta el albergue. Por suerte, nuestros compañeros de Esmoriz nos dejaron una furgoneta del amor donde meter bandurrias, guitarras, atriles y demás. Una furgoneta blanca, con cortinas en la parte de atrás donde metimos todos nuestros enseres y que los llevó hasta la Pousada. Allí, Miguel Ángel se encargó de guardar todo en el autobús antes de volver con todos. Bueno, casi, porque algunos ya se retiraron para dormir, como Maroi o Cristina, que estaba agotada después de que la noche anterior le tocara trabajar hasta las dos de la tarde y no pudiera dormir en el viaje.

Mientras, diluviaba y nos tuvimos que repartir en varios coches para poder ir hasta el bar donde pasaríamos buena parte de la noche. Nos llevaron por grupos en coches. Los últimos en salir fueron Andrés, Víctor, Luismi y Abel... y sin embargo fueron los primeros en llegar hasta la zona de la playa, Furadouro, un núcleo mucho más turístico, donde se veía algo más de gente joven y varios apartamentos turísticos. Incluso les tocó esperar algo, momento en el que Andrés aprovechó para meterse en la arena y acercarse hasta la línea de mar. Mientras, otros grupos casi se pierden por el camino. Fue el caso de Pablo y David, en un coche, y Gracia, Elsa y Lydia en otro. Los dos fueron seguidos, de los primeros en salir... y los últimos en llegar. Cogieron varios caminos equivados y en un determinado momento, hasta les paró la Policía. ¡Vaya, ahora nos detienen por saltarnos un stop o por ir en sentido contrario! Pero no, luego se dieron cuenta de que querían avisarles de que en mitad de un pinar se encontrarian a los bomberos arreglando un cable de la luz. Siguieron el camino y ya casi cuando estaban a punto de llegar, pararon para preguntar a tres chavales (a saber de dónde habían salido) para preguntar por el lugar exacto del bar. Eso sí, no tenían ni idea. En fin, que después de muchas vueltas, los dos coches por fin llegaron hasta el bar, después de encontrarse, eso sí, con un perro que sólo tenía tres patas.

El caso es que por fin ya estábamos todos en el bar, el Britannia Beach Club, decorado con motivos de Halloween (calaveras, sábanas como fantasmas, telas de araña) y música en directo, porque estaba tocando un grupo de sonidos brasieños. Y allí había varias bailarinas locales para demostrarla. No en vano, como nos explicaron después, en Ovar hay cinco grupos de samba que organizan además un carnaval gigantesco en febrero. En el bar teníamos tarjeta VIP. Cuando pedías una consumición, te pasaban la tarjeta y era al final de la noche, antes de salir, cuando había que pagar. Como es habitual en Portugal, las bebidas son tremendas. Si pides un cubata, te lo cargan muchísimo. Tanto tanto, que como dicen Abel y Elena eso parece Eau de Ron o Eau de Vodka. Si pedías cocacola, te la echaban de grifo y si era naranja, en botellas de dos litros. Algunos se pasaron a la cerveza. El caso es que dentro del local hacía calor, mucho calor, por lo que algunos decidieron salir a la terraza. Estaba lloviendo, es verdad, pero debajo de las sombrillas gigantes apenas no se notaba. Mientras la música seguía dentro (con Elena, Natalia, Abel o Luismi bailando) otros se entretenían fuera charlando o jugando al teléfono escacharrado (esto no lo contéis por ahí) o a ponerse el nombre de un papelito enl a frente y que los demás adivinaran de qué personaje se trataba. En fin, gran diversión, jeje, que al menos sirvió para echarse unas risas. La verdad es que estábamos un poco cansados del viaje. El problema es que el bar cerraba a las cuatro de la noche y nuestros compañeros de Emoriz se iban a esa hora, por lo que no teníamos modo de volver al albergue si no era en taxi... y no había en taxis. Por eso, a partir de las tres y media (hora portuguesa) fuimos volviendo a la Pousada por rondas de cuatro personas en el Scenic de Eurico. Los primeros en volver fueorn Nohelia, Lydia, Pablo y David. En la segunda ronda viajaron Alicia, Víctor, Elsa y Luz. El tercer viaje lo hicieron Abel, Elena, Gracia y Esther, y ya en la última tacada volvieron Natalia, Luismi y Miguel Ángel. En fin, como tampoco había mucho más que hacer, lavado de dientes y a la cama.

A la mañana siguiente habíamos quedado a las 10.45 (hora española) para salir rumbo a Porto, por lo que la mayor parte de los móviles despertadores comenzaron a sonar sobre las 10.00 horas. Duchita y desayuno. Leche, cereales, pan con mantequilla, café... y ya. Porque el zumo de naranja no triunfó. Nada. Llovía a mares. Y no todos teníamos paraguas. Así que montamos en el autobús y paramos en Oporto, en la Casa de la Música, obra del arquitecto holandés Rem Koolhaas, sede de la Orquestra Nacional do Porto y que nos dejó a todos maravillados. Nos la enseñó Álvaro, una perzona con la que enseguida establecimos una gran conezión, porque nos guió de una forma pausada y muy interesante por todo el edificio. Nos enseñó la sala de conciertos (1.243 butacas), la única sala con luz natural del mundo, nos dijo. También un espacio con una rampa enmoquetada donde escuchar música echa en movimiento, otra sala morada donde los niños pueden seguir los conciertos, el bar, sala de ensayos y otra llena de azulejos. La verdad es que era una pasada de edificio. Cuando ya salíamos y montamos en el ascensor, nos dio un mensaje extraño. Nos invitó a poner el dedo índice en las paredes del ascensor. ¿Y eso? Cuando salimos nos lo explicó. Y es que el ascensor tiene un sensor de huellas dactilares y así todo el que ha pasado por el edificio queda fichado. Como un gran libro de visitas digital.

Después, nos llevaron al otro lado del río, a Gaia, para ver una bodega, Croft, donde se hace el famoso vino de Oporto. Allí, una simpática y megaexpresiva guía nos dio una vuelta por la sala de barricas y luego nos invitó a una degustación de Vintage, el vino más conocido de la marca.

Para rematar la mañana, bajamos hasta la ribera para comer en Ar de Río, un restaurante acristalado al lado del Duero y desde el que veíamos el popular puente de Porto. Allí comimos, la mayoría Francesinha mientras fuera veíamos llover. Y de qué manera. Tanto que al final el conductor se acercó hasta el autobús y vino a buscarnos a las mismas puertas del restaurante, para evitar que nos mojáramos.

El viaje de vuelta fue más largo de lo habitual. ¿Por qué? Nos perdimos. Pues sí. En lugar de ir hacia el sur, fuimos hacia el norte y nos dimos cuenta una vez que pasamos Vila Real, por lo que tuvimos que coger un desvió y volver de nuevo hasta la carretera hacia Fuentes de Oñoro. Para que el viaje no se nos hiciera tan largo, estuvimos jugando al juego de las cruces (¿cómo se llama?) Ni idea. Pero fue un juego que ya estrenmos en nuestro viaje a San Juan de Luz. No es que sea excesivamente divertido, pero al menos jugamos todos juntos y nos echamos unas risas (y buenos gritos). Después de cuatro partidas, paramos de nuevo en Fuentes de Oñoro, esta vez sí, en el mismo bar en el que nos detuvimos en nuestro viaje a Aveiro. Allí cenamos un poco (triunfó el bocata de chorizo porque era casi lo único que había) y después, de nuevo camino hasta casa. De fondo la película Casino Royale que se siguió bastante en la parte delantera del bus, pero casi nada por detrás (donde el sonido, además estaba muy muy alto). Llegamos a Valladolid a las 23.50, a Tudela sobre las 0.20 y los últimos en bajarse fueron los portillanos, pasadas las doce y media de la noche.


VOLVER AL ATRIL
VER CONCIERTO

 

©2004 Orquesta de Pulso y Púa de Tudela de Duero