DETRÁS DEL ATRIL

Víctor, Luismi, Álvaro, Abel y Pablo, a las puertas del centro cultural de Aveiro.


Alicia, Andrés, Abel, Álvaro, Pablo y Elena, durante la comida.


Foto de grupo en la playa.


Pablo, Álvaro y Elena, en casas típicas de la Costa Nova.



Elsa, Luismi, Andrés y Alicia, en el paseo.


En la barca, antes de salir de excursión por los canales.


Andrés, Daniel, Álvaro, Antonio, Pablo, Esther, Víctor, Raquel, Cristina y Abel, en el bar Azúcar & Salsa.


Todos juntos, en el escenario del bar.


Luismi, Pablo, Elena y Alicia tocan el piano pintado en un escalón del bar. Atención al juego de manos de Alicia.


Nohelia y Pablo cantan mientras Álvaro y Elena tocan los instrumentos de viento.


Gran conjunto musical. Esther, Víctor, Abel y Álvaro a los coros, Pablo y Elena al piano y Luismi como animador del cotarro.



EL VÍDEO
En Aveiro


El viaje de las toallas (Aveiro)
17 y 18 de mayo de 2008

Si por algo recordaremos en el futuro nuestro viaje a Aveiro será, sin lugar a dudas, por las toallas. Si Portugal es un país con tradición de "toallera", la verdad es que no lo pudimos comprobar. Pero vamos por partes. La aventura comenzó a las 6.45 horas del sábado 7 de mayo, cuando nuestro autobús partía de Portillo, donde montaron los primeros componentes de la orquesta: Luz, Abel, Luismi y Nohelia. A las 7.05 llegaba el bus a Tudela, donde ya estaban esperando Álvaro, Víctor, Esther, Elena, Elsa y Cristina, que fue la última en llegar. La siguiente parada fue en Valladolid para coger a Alicia (San Isidro), Andrés y Pablo (en el Clínico, donde Pablo acababa de terminar su turno de noche) y Jesús (en Covaresa). Y ya. No éramos muchos, pero al menos estábamos compensados en los distintos instrumentos. La primera parada la hicimos sobre las 10.30 horas en un bar de Fuentes de Oñoro, a un pasito de la frontera. Era un buen momento para desayunar el cafetito, un colacao o una napolitana y el donuts. La verdad es que montamos un poco de jaleo y la camarera no sabía si cobrarnos a todos juntos, hacer divisiones o cómo organizarse. Después de que nos hiciera una media aritmética, jeje, al final decidimos que cada uno pagaba lo suyo y así no había problemas. Antes de salir del bar cogimos unas cuantas servilletas para preparar los juegos de autobús y algunos aprovecharon para acercarse hasta el estanco (al otro lado de la calle) para comprar los cigarrillos del viaje (puesto que el tabaco está mucho más caro en Portugal). Aprovechamos también para hacernos algunas fotillos con el puesto fronterizo de fondo y también para echarnos unas risas con un autobús que pasó delante de nuestras narices -gracias Luismi por avisarnos- y donde podía leerse Cámara Municipal de Vagos (que luego descubrimos que es un pueblo muy cercano al lugar donde nos dirigíamos).

Montados en el autobús y después de echar un vistazo a los periódicos y revistas que había comprado el conductor (ahí estaban esas fotos de famosas sin maquillar que tanto sirvieron para criticarlas) repartimos las servilletas y volvimos a intentar (sin éxito) jugar al juego de las cruces. Después de eliminar a Luz y Abel, nos cansamos demasiado pronto y la mayoría no consiguió descubrir que Cristina, Víctor y Jose (acompañante) tenían las cruces. El juego se vio interrumpido por otro. Abel contó una adininanza y teníamos que adivinar (a través de preguntas) a qué se dedicaba un hombre que va con un maletín a un sitio, se apaga un momento la luz, el hombre deja el maletín y se va. Nohelia descubrió que era un abogado que había perdido el caso y luego Alicia adivinió que era una condena por pena de muerte.

Y después, más kilómetros hasta llegar a Aveiro (ciudad donde Carrefour aún es continente). Llamamos por teléfono a Antonio Máio, el presidente de la Sociedad Musical Santa Cecilia, con quien habiámos quedado para que nos acompañara hasta el lugar donde debíamos hospedarnos. Después de hacerle entender dónde nos encontrábamos (por lo que tardó Álvaro no parecía fácil) vimos cómo Antonio se acercaba en su coche híbrido para llevarnos, primero, hasta el centro de congresos de Aveiro, donde tocaríamos esa noche. Allí dejamos los instrumentos y nos hicimos (tradición) unas cuantas fotos no sólo en el escenario que ocuparíamos por la noche, sino también en las afueras del centro municipal, donde ya pudimos ver los primeros canales.

Después de esperar un ratillo (foto va, foto viene) nos llevaron a un comedor de un polígono industrial para comer por primera vez en el día. Antes de llegar pasamos por el lugar donde nos alojaríamos. Estaba cerrado, pero ya descubrimos que se trataba de un albergue. Bueno, la comida. Sopa de judías verdes (que no tuvo mucho éxito), carne de cerdo, arroz, patatas y de postre fruta (ganaron las fresas por abrumadora mayoría). Después del café, nos fuimos a dar una vueltecilla (en autobús) por las playas y visitamos el faro, vimos cómo se entretenían algunos pescadores y paseamos por las tradicionales casas de colores que hay construidas en esta zona de playa de Portugal. La siguiente parada sería un paseo en barca por los canales de Aveiro, pero hasta las 17.00 horas (hora programada) dimos una vuelta por la ciudad. Nos dividimos en tres grupos. Cristina y Fina (su madre) fueron por un lado; Abel, Luismi, Andrés y Álvaro por otro (estuvieron dando una vuelta por el centro comercial) y el resto dio un paseo por el casco histórico y tomaron una cerveza y cocacolas en una terracita de la zona de bares. Fue entonces, más o menos, cuando comenzaron a arreciar las dudas sobre el lugar donde nos hospedaríamos, si sería un hotel o un albergue. La principal preocupación es que, si era una albergue, entonces no habría toallas para secarnos una vez que nos hubiéramos duchado. Hubo tentaciones de comprar alguna toalla por las tiendas de la zona, pero al final la cosa quedó en una sola tentativa.

A las 16.55 horas, como un reloj, estábamos todos esperando en el embarcadero del canal principal para montar en la barcaza que nos daría un paseo de 40 minutos por los canales de Aveiro. Una simpática (y otros adjetivos) guía (con camiseta amarilla y gigantescas gafas de sol) nos explicó los orígenes de los canales, nos mostró las zonas de salinas y nos amenizó el recorrido. A su término, por fin, iríamos a dejar las maletas, que seguían en el bus, hasta nuestro alojamiento. De camino al autobús encontramos una exhibición de capoeira (en un jardín donde también había una feria de artesanía) y una pastelería, donde Elena y Víctor se tomaron un bolo de nada. A las 18.00 estábamos a las puertas del albergue. No lo habíamos podido hacer antes porque hasta esa hora no abría. Cuando llegamos al lugar descubrimos que, efectivamente, se trataba de un albergue, que efectivamente no había baños en las habitaciones y que, efectivamente, tampoco había toallas. Después de un guirigay en el estrecho pasillo, nos dividimos por habitaciones (dobles y cuádruples), nos preparamos y vestimos para ir a actuar, después de ducharnos (comprobar que los urinarios de pared tenían un grifo para tirar de la cadena) y secarnos con las pocas toallas que había disponibles (Víctor, Pablo, Andrés, Nohelia). Primero, y en coches, nos llevaron de nuevo hasta el comedor donde habíamos comido. Era la hora de la cena (siete) y aunque no había mucho hambre, le dimos a la mandíbula (sopa, arroz, patatas y filetes de lomo. También fresas, de nuevo). Fue gracioso porque como tuvimos que ir vestidos con el traje de tocar, nos las tuvimos que apañar para no mancharnos, así que no era extraño ver a los chicos con una servilleta de papel colgada del cuello para evitar que una mancha les estropease la blanca camisa. Allí nos juntamos ya con el grupo de Maia, que también tocaría con nosotros esa noche. Para ir al comedor e inmediatamente después al centro cultural, contamos con la ayuda del gran Antonio, de Marco (violín, que puso su Renault Clio, en el que viajaron Víctor, Pablo y Elsa) y de otro colaborador de la sociedad musical, que llevó en un viaje surrealista a Luismi, Elena, Alicia, Cristina, Fina y Andrés. Aseguran quienes montaron en esa furgoneta que hacía tiempo que no se reían tanto con los comentarios y dificultades que puede acarrear no conocer el mismo idioma (donde la Audi, vamos donde la Audi).

A las 20.30 horas llegamos al auditorio. El concierto comenzó a las 21.40 horas. Nosotros salimos al escenario sobre las 23.00 horas. Y nos despedimos sobre la medianoche (hora portuguesa) con El Sitio de Zaragoza. Eso sí, después de que el director, Jesús Gutiérrez Lebrero, agradeciera al público su presencia con unas palabras que comenzaron con el ya clásico "yo no hablo portugués".

Una vez terminado el concierto, de nuevo nos montamos en los coches para ir al albergue, cambiarnos y dirigirnos otra vez al centro, donde los amigos de la Sociedad Santa Cecilia nos tenían preparado unas cervezas, refrescos y algo de picar (bocadillos de lomo a la parrilla, choricillo con coliflor y panceta). Como en el bar apenas había sitio para todos, tuvimos que subir a la planta superior del bar restaurante O Buraco. Allí estuvimos compartiendo mesa durante cerca de hora y media (cayeron los primeros cubatas, o algo) y después acordamos ir a una discoteca porque ya eran las dos de la madrugada y los bares cerrarían apenas media hora después. Después de unos mínimos instantes de duda (no la hubo) entre house y latino, nos decidimos por lo segundo y fuimos hasta Azúcar & Salsa, una antigua nave de los trabajadores de las salinas que había sido transformada en bar musical y que nos recibió para pasar una noche de fiesta. El ambiente que vimos nada más entrar era bastante peculiar, porque en un lado de la pista de baile (o algo) había unos cuantos grupos de chicas esperando que alguno las sacara a bailar y, en el centro, había varias parejas que parecían sacadas de un casting de Mira quien baila. Lo primero que hicimos, después de dejar los abrigos, fue dirigirnos a la barra y comprobar varias cosas, que cada camarero te cobrar las copas como le salía de las narices (intentaron colarle a Cristina 15 euros por un vodka limón, que al final le dejaron en 1,5) y que echaban coca cola de grifo (a lo burguer king) y compartían una tónica para hacer dos cubatas. Tremendo. El caso es que no dejamos de enseñar nuestra tarjetita para que nos fueran apuntando las bebidas que íbamos tomando. Junto con los integrantes de la orquesta estaba Antonio, Marco y además Raquel y Daniel, que se animaron a pasar la noche con nosotros y permanecieron, grandes resistentes, hasta primeras horas de la mañana. De la fiesta dan fe las fotografías, sobre todo las que nos tomamos al final de la noche. La primera remesa ya había vuelto para el hospedaje (Antonio de nuevo de chófer, muito obrigado): Luz y Cristina y el resto empezó a entonarse (aunque ya eran casi las cinco) cuando el Dj Mr Salsa y Manny González (nombres verídicos) comenzaron a poner canciones de españoles. Hombre G, Bisbal y en ese plan. Cuando ya estábamos a puntito de marcharnos (éramos casi los últimos) descubrimos un micrófono de crooner en una parte del escenario y no pudimos evitar la tentación de hacernos unas fotos. Con eso y con el escalón en el que había pintado un teclado de piano.

A las seis, toque de queda para una nueva remesa. Elsa, Andrés, Víctor y Pablo volvieron (otra vez Antonio al volante) hasta el hospedaje y cuando éste volvió al bar para buscar a la siguiente tanda, propuso a los supervivientes acercarse hasta un horno-cafetería y tomar unos cruasanes recién hechos para desayunar. No se lo pensaron mucho y para allá fueron Elena, Abel, Álvaro, Luismi, Alicia y Nohelia, que llegaron al albergue (IPJ, Instituto Portugués de la Juventud) casi casi a las ocho de la mañana, justo cuando comenzaban a dar el desayuno allí. Después de una mínima cabezada, algunos decidieron subir a la tercera planta del IPJ para desayunar (nesquick, yogures de plátano y pan con mantequilla) antes de salir rumbo a Guarda, sobre las 10.00 horas. A la puerta del albergue estaba un responsable de Cultura del Ayuntamiento para darnos las gracias (repetidas veces) por el concierto y pedir perdón por un error, ya que las habitaciones reservadas deberían haber tenido baño.

Después de despedirnos del gran Antonio, pusimos rumbo a Guarda. Allí nos dividimos en varios grupos. Alicia, Víctor y Andrés decidieron dar una vuelta por los sitios más turísticos (fortaleza, catedral, iglesia de la Misericordia) y comer solomillo en la judería. Nohelia, Pablo y Jesús se decidieron por una mariscada y el resto optó por una pizza, después de dar cuenta, eso sí, de la empanada que había preparado Fina y que llevaba ronroneando desde el principio del viaje. En Guarda, la ciudad más elevada de Portugal, nos sorprendió la lluvia. Sobre las 15.30 horas, pusimos de nuevo rumbo, ahora hasta Tudela. Por el camino la verdad es que no se escuchaban muchas voces en el autobús, puesto que la mayoría iban dormidos después de la noche anterior. Eso sí, tuvimos que hacer una parada técnica en una gasolinera de Las Cantinas (en Salamanca) por petición de Alicia. Sin embargo, su intención de ir al baño fue secundada por un buen número de integrantes de la orquesta, como Luismi, Víctor, Elsa o Andrés, el útlimo en entrar al baño. El caso es que todos los demás fueron entrando poco a poco en el autobús y llegado el momento, éste arrancó. No fue hasta casi trescientos metros después cuando Víctor se dio cuenta de que Andrés todavía no había salido del baño. ¡¡¡¡Nos lo habíamos dejado olvidado en la gasolinera!!!! Juramos que no fue una novatada (es el más nuevo de la formación) pero quizá sí que pueda ser recordad como tal. Sobre las 19.30 horas llegamos por fin a casa.

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©2004 Orquesta de Pulso y Púa de Tudela de Duero